El País
Aquí se vende centro de ciudad
- Los cascos históricos sufren constantes reformas injustificadas
- Aparte de las obras, la privatización de su uso es una amenaza
Anatxu Zabalbeascoa 5 ENE 2014
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Las terrazas y otras instalaciones son una privatización del espacio público. / Samuel Sánchez
En los años ochenta, la monumental plaza del Obradoiro de Santiago de
Compostela servía, como tantas otras plazas históricas españolas, de
aparcamiento. Cuando la Unesco declaró la ciudad Patrimonio de la
Humanidad, los coches fueron desapareciendo y comenzó una lenta
peatonalización no exenta de las protestas de muchos de los comerciantes
y viandantes que hoy la disfrutan. Tras la desaparición de los coches
de la mayoría de esos centros, los peligros son hoy otros. Conseguir
calles para quedarse en la calle es cada vez más difícil. Con las
arruinadas arcas de los consistorios, la tentación de sacar rédito al
espacio público con la excusa de crear empleo y riqueza se presenta tan
poco imaginativa como inevitable. Sin embargo, las consecuencias de
devorar ese espacio colectivo son nefastas para las ciudades y sus
habitantes. Sin espacio para compartir, ¿en qué se transforma una urbe?
Cuando la arquitectura no ofrece una lección de civismo puede mostrar
lo contrario, el retrato de una sociedad capaz de vender su alma al
diablo. Por eso el debate de la progresiva privatización de las calles
arde en una de las plazas más emblemáticas de España, la Puerta del Sol
de Madrid, el kilómetro cero del país. ¿La razón? Su incesante hacerse y
rehacerse. Son muchos los ciudadanos que han puesto el grito en el
cielo ante el anuncio de que el escenario de las acampadas del 15-M va a
cambiar de nuevo a pesar de que vivió su última transformación hace
apenas cuatro años.
Aquellas obras sirvieron para ubicar en el subsuelo una nueva
estación de tren. Con la reforma recién estrenada, el Colegio de
Arquitectos de Madrid ha anunciado un concurso internacional para volver
a rediseñarla. En dicho colegio esgrimen que buscan el alma del lugar,
“dotar de relato” esa clásica encrucijada de la ciudad. Para ello han
abierto una consulta ciudadana con un cuestionario que pregunta si
quieren sentarse en la plaza —que hoy no tiene bancos— pero que no
plantea si están interesados en cambiarla de nuevo. Tampoco puede el
ciudadano preguntar por qué no pensaron todo esto antes de concluir los
trabajos anteriores. ¿Se levantan con demasiada frecuencia los centros
históricos españoles? ¿Para qué conviene cambiarlos?
En un país sembrado de aeropuertos y autopistas innecesarios, nadie
se atreve a atribuir públicamente a las comisiones la motivación que hay
detrás de tanta reforma. Sin embargo, no pocos hablan abiertamente de
propaganda: “Es muy propio de este país hacer obras en los sitios más
visibles de las ciudades como estrategia electoralista a cargo del
erario público”, sostiene Vicente Patón, presidente de la asociación
Madrid, Ciudadanía y Patrimonio. Este arquitecto explica que “en el
centro de Madrid se remodelan una y otra vez los mismos sitios, y lo más
triste es que no mejoran nada, todo lo contrario”. Patón considera que
Sol “empeoró en 2009”, pero argumenta que está nueva, y que Madrid no
puede permitirse más obras ni gastos innecesarios. Aunque el Colegio de
Arquitectos asegure que gran parte del desembolso económico provendría
de dinero privado, “estos inversores van a ser interesados y
probablemente contrarios a los intereses de los ciudadanos”, zanja.
Es una opinión extendida que a la célebre Puerta del Sol le basta con
estar limpia y despejada, tal como estuvo durante el siglo XIX y buena
parte del XX. Incluso Rafael Moneo, anunciado como jurado del concurso
del que él mismo recela —“no me negué por buena vecindad”— piensa que
“en esa plaza se tiene que hacer muy poco: allí se ve la fuerza de lo
urbano y lo pequeño ya no importa”, explica en alusión a la ausencia de
bancos y árboles.
Con todo, la presencia del Pritzker español en el jurado que decidirá
sobre la futura plaza, y la de otro destacado arquitecto nacional,
Emilio Tuñón, autor del MUSAC de León, legitima ese concurso en
entredicho. Tuñón anima a “no estar tan preocupado por relatos
sobreimpuestos”. Para él, “la vida es transformación y las ciudades
siempre están expuestas a cambios. Es natural que los centros históricos
también se alteren”.
Itziar González Virós, que dimitió como concejal del Centro Histórico
de Barcelona tras representar al PSC de 2007 a 2010, precisamente por
discrepancias urbanísticas con su partido, asegura desde su ciudad que
le ofenden las inversiones en una plaza que ahora es un espacio
simbólico de las reivindicaciones de lo público. “Me parece sospechoso
que de repente sea necesario adecuar ese lugar emblemático de la fuerza
ciudadana”, sostiene. “Creo que es una manera de ocupar, desde la
privatización del poder, el lugar simbólico de nuestra exigencia de
calidad democrática”.
En esa línea, el antropólogo Manuel Delgado opina que la anunciada
transformación tiene que ver con “convertir las ciudades en objeto de
consumo”. “Los centros históricos responden a la voluntad de generar
espacios urbanos vendibles, atractivos para el turista y el inversor”,
opina. Para él, la nueva remodelación de Sol responde “al retroceso de
Madrid en el mercado de ciudades y a la necesidad de reformular su
presentación como objeto de consumo”.
Delgado advierte de los procesos de gentrificación sufridos en tantos
centros históricos —la expulsión de vecinos de clases populares y su
sustitución por inquilinos de clases medias o altas—, “así como el acoso
contra pobres, prostitutas o cualquier otro elemento que pudiera afear
el producto buscado”. ¿Cuál es ese producto buscado? ¿Qué se quiere
hacer con los centros? “Decorados para prácticas sociales rentables”,
contesta. El autor de El espacio público como ideología asegura que es
habitual el veto a los actos de protesta en los centros. Por eso también
a él le cuesta separar los planes de remodelación de Sol de la
identidad de ese espacio, en los últimos tiempos, como “escenario activo
de apropiaciones por parte de sectores en conflicto”. Habla del 15-M:
“Ni que decir tiene que después de la reforma Sol ya no volverá a servir
para que allí pasen cosas”, sostiene.
Hay muchas maneras de que el espacio público deje de ser público sin
que ese cambio de titularidad se evidencie a ojos de todos los
ciudadanos. La más sencilla es la invasión: privatizarlo con pistas de
patinaje, con puestos de feria, con terrazas de cafeterías...
“Los Ayuntamientos se están dando cuenta de que el espacio público es
la caja de resonancia de nuestras exigencias ciudadanas”, sostiene
González Virós, una urbanista especializada en procesos de participación
ciudadana y en solución de conflictos en el espacio público. Aunque
admite que las plazas despejadas y duras (pavimentadas) han tenido
muchos inconvenientes, considera que ahora tienen una función social.
“Este no es el momento de empezar a plantar árboles en las plazas
grandes de los centros urbanos”, dice.
Por si hiciera falta recordarlo, explica que hay otras urgencias, y
reclama que los ciudadanos necesitan un espacio donde poder
manifestarse. Sabe de qué habla: “La adecuación de los espacios públicos
fue la bandera de la mayoría de los Ayuntamientos democráticos y, en
este momento, la privatización de los mismos es la bandera de la reforma
antidemocrática que estamos viviendo de mano de casi todos los
gobiernos actuales”, recuerda. “Del PP a Convergència i Unió pasando por
el PSOE”, matiza. “Todos hablan el mismo idioma en la calle. Esto es:
callan ante lo que deciden los inversores”.
Con la excusa de dinamizar el comercio, la privatización del espacio
público, o lo que es lo mismo; la invasión de terrazas y puestos
ambulantes, está devorando las ciudades. Donde antes cualquiera podía
sentarse en un banco, ahora solo puede hacerlo quien tiene dinero para
pagar una copa, un relajante café con leche o una cena.
Rafael Moneo no se muestra contrario a esas terrazas: “La gente
necesita lugares públicos en los que poder hablar y fumar juntos”, dice.
Sin embargo, la exconcejala barcelonesa recela de la nueva normativa de
su ciudad para terrazas, que hace perder cada vez más metros cuadrados a
los ciudadanos: “Se quiere convertir el espacio público en rentable y
eso es antipúblico”.
González Virós está convencida de que la única manera de recuperar la
calle es contando con el apoyo de la ciudadanía. Y pasando revista a
sus propios errores, aconseja no pedir opinión a los ciudadanos para
asuntos que no les interesan: “Nunca inicies un proceso de participación
si no hay una necesidad expresa de la ciudadanía”. En ese punto, en el
principio más básico, en la razón de ser de una obra, es donde fracasa
el concurso convocado para mejorar la Puerta del Sol. “Creo que evitan
la posible respuesta sobre lo innecesario de la obra y derivan hacia
aspectos secundarios como los arbolitos o los bancos, que es cierto que
no existen pues fueron eliminados, pero que vendrán bien para justificar
la instalación de terrazas, es decir, de asientos de pago a beneficio
de algún empresario favorecido”, comparte Patón.
Como alternativa, González Virós es radical. Defiende las acciones no
mercantiles, las iniciativas vecinales de recuperación de la calle para
la vida comunitaria que afloran en ciudades como Zaragoza o Sevilla en
la estela de lo que sucediera en urbes como Berlín. “El futuro de la
ciudad está más en el activismo que en la política territorial de las
administraciones públicas. No hace falta que hagan nada, pero por lo
menos que no ocupen el suelo. Que dejen los vacíos y la ciudadanía ya
hará allí lugares de encuentro y demostrará cómo quiere vivir”, propone.
La idea de Patón para cuidar los centros es distinta. Consiste en
salvar su verdadera historia y la relación de esta con el ciudadano.
“Estamos viendo hoy que la ciudad no la hacen los ciudadanos, ni
siquiera como electores, ni propiamente los políticos con criterios que
deberían ser democráticos, sino los oligarcas que manejan cada vez más
los hilos de todo el entramado social: los potentados ponen el dinero
con el que los políticos ganan elecciones y después exigen su tributo
como recalificaciones o planes urbanísticos adecuados a sus planes
financieros. En este sentido, los políticos son profundamente incultos y
a menudo sinvergüenzas, y el electorado se compone en un gran
porcentaje de personas de escasa formación y deformada información. Con
estos mimbres es muy difícil que una democracia pueda ser real”, resume.
Para ser constructivos, merece la pena compararse con los vecinos,
con las calles de Oporto o París. Son muchos los centros históricos
españoles —de Valencia a Barcelona, Bilbao o Madrid— que, durante años,
han ido perdiendo edificios y comercios en aras de una modernidad que ha
resultado ser una moda efímera. Y, sin embargo, vivimos un resurgir de
los falsos establecimientos de época. ¿Qué está pasando? “Ahora que se
viaja más, el público viene admirado de lo que ve en Roma o Viena y eso
incita a muchos comerciantes a reproducir un pasado postizo”.
El resultado es el parque temático de cartón piedra en que se están
trasformando tantos centros históricos: cómodos, seguros y decorados,
“sin ninguno de los encantos de la versión original, pero capaces de
satisfacer a ese público turístico que vive más en lo virtual que en lo
real”, explica Patón.
Manuel Delgado lo resume sin caridad: “Un centro histórico único es
idéntico a otro centro histórico único”. Y lo razona explicando que
cuando un centro urbano es intervenido y tematizado “lo que se produce
es la expulsión de él de la historia, es decir, de la vida real, con sus
contradicciones, miserias y conflictos”.
¿Qué hacer para evitar esa broma pesada? “Cada centro histórico es
peculiar e irrepetible —si lo que se pretende es algo más que visitar
sus tiendas de Prada y sus HM—”, objeta Patón. Delgado lo ve de otra
manera. Para él los centros históricos son como “reservas naturales en
las que la historia se preserva del conflicto, una pura imagen
estereotipada y falsa”. Explica que la mayoría de los centros que conoce
—de Quito a México DF pasando por Buenos Aires o Guayaquil— están
conociendo ese proceso de transformación en históricos, “es decir, en
centros que existen exiliando o manteniendo a raya la historia”,
ironiza. “Todos parecen cortados con idéntico patrón. Por eso se puede
tener la ilusión de que en cada uno te cruzas con los mismos viandantes
con los que te cruzaste en el último que visitaste”.
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