TRAS LOS ÚLTIMOS CIERRES EL SECTOR DA LA VOZ DE ALARMA Y RECLAMA CLEMENCIA FISCAL
Rubén Díaz Caviedes
17/06/2013
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El espectáculo funcionaba, llenaba la sala
todos los fines de semana y cosechaba estupendas críticas, pero ni así.
El madrileño teatro Arenal se lo llevó por delante junto a las otras dos
obras en cartel cuando cerró por sorpresa hace un par de semanas. Se llamaba Historia del arte en 70 minutos
y repasaba la propia historia del arte con tres actores y nada menos
que 80 personajes. Llevaba tres meses representando en la sala Café
Teatro del Arenal y era la continuación de Historia de España en 70 minutos,
que estuvo en cartel de forma indefinida más de dos años y medio. Dos
años y medio, también, funcionando, llenando y cosechando buenas
críticas.
Algo malo está pasando cuando ni siquiera las obras que funcionan tienen una oportunidad. Ernesto Filardi, el autor de ambas Historias en 70 minutos,
asegura que verse recogiendo los bártulos de una función exitosa
mientras los empleados desmantelan el propio teatro no le deja a uno tan
mal cuerpo como sí preguntas revoloteando en la cabeza: "¿Por qué? ¿Por
qué estamos permitiendo esto? ¿De verdad somos un país en el que cierran los teatros y ya está, no pasa nada? ¿De verdad queremos ser ese país?".
De momento parece que sí somos ese país. El Arenal es solo la última víctima en la capital de la tormenta perfecta conjurada en contra de la escena,
que hace años ya se llevó por delante dos de los espacios más
emblemáticos de la villa y corte, el Teatro Martín y el Teatro Cómico.
En la calle Cedaceros otro histórico, el Arniches, consiguió sobrevivir
al envite unos años como cine –con el nombre de Cine Bogart–, pero
también acabó tapiado en 2006 y así sigue desde entonces.
Instalada
desde 2008 en una crisis económica sin precedentes en nuestro país, la
situación, por supuesto, no ha hecho más que empeorar. Dos ejemplos: el
legendario Teatro Albéniz, inaugurado en 1945, también echó el cierre en
2009 y se encuentra hoy a la espera de que se tramite el expediente de
Bien de Interés Cultural para retrasar –y casi con total certeza, solo
retrasar– su demolición y la construcción de un edificio de viviendas.
El Teatro de Madrid, inaugurado en 1992, cerró sus puertas en 2011 y en
2012 se anunció que su gestión saldría a concurso público, aunque tal
proceso sigue en veremos. Su estatus en la web del Ayuntamiento de Madrid es de "cerrado temporalmente".
El
cierre del Arenal en 2013 se suma a la incertidumbre en torno al
Palacio de la Música de Gran Vía –cerró en 2008, tras ochenta años de
vida como teatro, cine y escenario musical, y el Ayuntamiento estudia
hoy la posibilidad de cambiar la licencia del recinto de "uso cultural" a
"urbanístico" para que pueda albergar una tienda– y el Teatro Barceló,
que será abandonado inminentemente por el grupo Pachá tras explotarlo
como discoteca durante más de tres décadas, como le pasó al Teatro
Eslava –hoy Discoteca Joy Eslava– y al Teatro Capital –hoy Teatro
Kapital, una sala de macrofiestas –.
Lo peor está por llegar
Parece imposible después de esta sucesión, pero lo cierto es que lo peor está aún por llegar. Jesús Cimarro,
presidente de Pentación y uno de los primeros productores teatrales
españoles, lamenta que "si las cosas no cambian pronto" podríamos
asistir al "cierre de 6 o 7 grandes empresas" del sector en menos de
seis meses y a tantas otras después. "Un desastre", sentencia. "Un
absoluto desastre".
Todos sabemos de lo que
hablamos cuando hablamos de esas "cosas". Según un informe de ICC
Consultors para la Federación Estatal de Asociaciones de Empresas de
Teatro y Danza –FAETEDA– publicado en marzo, la subida del IVA en el sector del 8 al 21% ha supuesto un descenso de la recaudación en taquilla del 24,91%, aunque el desplome de los ingresos globales de las empresas es aún mayor y roza el 33%.
"La razón es que la mayoría de las compañías han asumido la subida del
IVA, no la han aplicado en el precio de la entrada, y se están
descapitalizando a un ritmo desenfrenado, imposible de sostener", resume
Cimarro.
El
IVA no es el único motivo de dificultad, matiza el productor, pero sin
duda es el más grave, y por eso sus esperanzas "y las de todo el sector"
están ahora puestas en el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, que en una reciente entrevista en la cadena Cope reconocía que tanto él como José Ignacio Wert
están "completamente abiertos" a revisar la subida del IVA al sector
cultural si tal es "compatible", claro, con los objetivos de
"consolidación fiscal". Cimarro hace un resumen más sencillo y tira de
aritmética elemental: "El IVA ha subido un 13% pero el descenso en ingresos ha sido del 33%. Está claro que la norma no funciona".
Desde
el sector replican que ese mismo criterio, el de la consolidación
fiscal, podría exigir precisamente no el mantenimiento del IVA al 21% en
el teatro, sino su rebaja. Durante los meses de septiembre a diciembre
de 2012, los primeros con la nueva tasa, las salas españolas tuvieron
1.800.000 espectadores menos que en el mismo periodo del año anterior,
lo que repercute negativamente no solo en las empresas y el mercado
laboral –en esos cuatro meses se destruyeron también casi 600 puestos de
trabajo directos–, sino en la propia recaudación fiscal. Según las
cuentas de FAETEDA incluso Montoro ha sido víctima de su propia subida, que ha tenido un impacto negativo sobre la recaudación global de impuestos y Seguridad Social estimado en 2.978.151 euros.
Algo está claro, sostiene Ernesto Filardi al respecto: "El 21% de una butaca vacía es cero".
Aun así, el dramaturgo no cree que el susto fiscal vaya a acabar de
convencer al titular de Hacienda y cree que habrá que esperar al relevo
del Gobierno por otro –"sea el que sea"– para tener una posibilidad de
que se "rectifique" la retirada del IVA cultural al teatro. "La cosa
está muy complicada económica y empresarialmente, pero creo los que nos
dedicamos a la profesión tenemos claro que todo esto tiene un componente ideológico importante".
Cimarro,
por su parte, argumenta que la bajada del IVA no es simplemente "una
reclamación del sector", como se reseña con frecuencia: "Es una medida
indispensable para la supervivencia de la industria de las artes
escénicas, que se las habían venido apañando razonablemente bien desde que comenzó la crisis económica,
teniendo en cuenta cómo están los niveles de consumo del país, pero que
sufrió su peor golpe en septiembre de 2012, con la subida de
impuestos".
Devolver al teatro su antiguo
estatus fiscal "sería un comienzo", sostiene el productor, "pero hay que
tener en cuenta que no sería devolverlo ya al 8% de antes, sino al 10%
de ahora. Seguiría siendo uno de los más altos de Europa, frente
al 2% de Francia, el 7% de Alemania o el 7% de Italia. Incluso en
Grecia, un país intervenido y en apuros mucho más acuciantes que los
nuestros, los teatros pagan un IVA del 9%".
Desmantelamiento de la escena madrileña
El
espectacular Palacio de la Música, en el número 35 de la Gran Vía
madrileña, estaba llamado a salvarse del desastre y a no convertirse en
"un centro comercial más". Así lo anunció Rafael Spottorno,
presidente de la Fundación Caja Madrid en 2010, cuando anunció que el
edificio, adquirido por la entidad, reabriría a principios de 2013 tras
una laboriosa restauración convertido en un esplendoroso auditorio y
centro cultural polivalente.
Los
principios de 2013 ya han pasado, sin embargo, y el Palacio de la Música
sigue cerrado. Bankia es ahora un banco nacionalizado y los fondos
públicos de su rescate no llegaron a la Fundación, a la que ahora le
quema en las manos el título de propiedad y su hipoteca. Fran Hernández, arquitecto y creador de la iniciativa Palacio SOLO de la Música, sostiene que el proceso "se está dilatando de forma muy silenciosa y sospechosa", quizá a la espera de ofertas, como la que presentó la SGAE hace años, y otras que "ha habido, pero no han trascendido".
Lo más probable a estas alturas es que el inmueble sea reconvertido en ese "centro comercial más" que negó Spottorno. El pasado febrero la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, aseguró ante la prensa
que su prioridad para el Palacio de la Música era que lo adquiriese o
rentase "una marca comercial, para que genere empleo y actividad". Que
el propio Ayuntamiento lo inmunizase a este mismo efecto en 2008 con su
Plan Especial de Protección parece ser lo de menos. Y desde luego que
Madrid se vaya a quedar a efectos culturales sin un activo de
inmejorable localicación, historia y potencia, algo que Hernández
intenta evitar con la presentación hace un mes de la solicitud de
declaración de Bien de Interés Cultural. "Se trata de proteger nuestro
patrimonio, el de todos, cuya rehabilitación, aunque solo el tercio que
se ha ejecutado, se ha pagado con dinero de todos", sentencia.
"En la cuestión del teatro creo que falta un gran ejercicio de autocrítica por parte de los gestores públicos". Lo dice Carlos Jiménez y sabe de lo que habla. Hoy distribuye títulos con Arte Factor, pero antes fue responsable del área teatral en el Consistorio de Joaquín Leguina y ocupó la que hoy es la dirección general de programación cultural del Ayuntamiento.
"El
teatro español es presa de un mal endémico", sintetiza Jiménez. "Con el
inicio de la democracia los políticos entendieron que había que
socializar la cultura y destinaron grandes inversiones a hacerlo, de
modo que lo subvencionaron. Crearon un montón de teatros y los llenaron
con público, acostumbrándole a ver cosas muy caras por poco dinero. Se
pagaban unos caches altísimos, grandes retribución... Hubo una inflación brutal en el sector y el espectador dejó de valorar el coste real del hecho escénico.
Ahora el sector público abandona esta política y le pide a los teatros
que continúen, pero claro: ¿cómo le dice el teatro al espectador que
entrar no vale tres euros, que en realidad nunca valió tres euros?"
El
resentimiento del consumo no es la única consecuencia de los errores de
planificación, según Jiménez: también la calidad se está resintiendo.
"Cuando los Ayuntamientos pagan quieren ver las salas llenas y muchos
programadores programan pensando en eso, solo en llenar, y así se
inclinan por cabezas de cartel y obras de risa, como se dice en el sector, y musicales. Es decir, que se deriva hacia llenar el teatro pero con caras conocidas, textos más mediocres y espectáculos más vistosos. La calidad, de repente, pasa a un segundo plano o desaparece".
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