Despedida de Alejandro (en su homenaje frente al teatro Albéniz, 31 de mayo de 2008)
Eva Aladro Vico
La muerte de Alejandro nos ha enfermado a todos un poco el alma. Como esta primavera estropeada, así su juventud se ha estropeado. Nos ha obligado su muerte a ver su vida como una de esas rosas que las tormentas de estos días rompen en mil jirones de color y perfume, que se desperdician. Este año es trágico ya para nosotros, es trágico para este teatro que nos contempla, por el que tanto y tanto luchó Alejandro. Él no sabía que el Albéniz le iba a sobrevivir. Por Alejandro seguiremos luchando para que sobreviva al más joven de nuestros hijos.
Alejandro era sorprendente. Parecía que le conocíamos de toda la vida, vino a nuestro encuentro y era como si hubiéramos visto su cara y oído sus palabras siempre. Eso le daba su enorme cultura y su gran corazón, el parecer amigo del mundo. Sin embargo, no le conocíamos de nada. Parecía un chico sencillo y humilde, una persona más, y sin embargo albergaba una pasión y un amor por el teatro que no es nada común. Era capaz de sacrificarse de un modo total por su ideal de la cultura, como muy pocas personas. Defendió a la Plataforma como un verdadero gigante, y siempre parecía un pequeño jovenzuelo.
Cuando ahora, torpemente, seguimos los rastros que ha dejado, y buscamos lo que escribió en medio de centenares de otras cosas, o vamos sabiendo su historia y su vida, nos maravillamos. Alejandro era más hombre que muchos que seguimos aquí. Era más de verdad que muchos seres aparentes. Tenía un fondo de diamante como pocos jóvenes hoy. Ha vivido de verdad, en secreto, a veces desapercibido, a veces ignorado, más que muchos muertos vivientes que cruzan por las calles de Madrid. Alejandro sorprende. Creo que al morir, nos ha obligado a mirarle y a verle y echarle de menos como nunca.
Alejandro, te mandamos nuestro amor y nuestro aprecio. Estás en nosotros, siempre estarás aquí. Con el Albéniz.
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