11.6.06

TEMPLO ALBÉNIZ, POR MARÍA JOSÉ RUIZ


TEMPLO ALBÉNIZ
Por María José Ruiz

Hace muchos, muchos siglos, cuando no había ratios económicos, cuando los dioses hablaban a los humanos a través de sacerdotes iniciados, cuando las crecidas del río eran celebradas con agradecimiento a la Naturaleza (aunque con otro nombre) no existían Teatros.

Era el Templo, el Lugar Sagrado, el espacio donde se desarrollaban la Música, la Danza y la Dramaturgia, porque eran consideradas tan importantes y especiales que cualquier otro lugar no hubiera sido digno de ellas.

Ni las Piramides ni los Palacios eran lugares adecuados: solo el Templo.

Algunos Siglos más tarde, al popularizarse (ahora diríamos democratizarse) de tal manera la Música y la Danza (unidas en el Muisiké, Arte de las Musas) y la Dramaturgia que ya no tenían cabida en ellos, fueron construidos otros lugares Sagrados a los que se denominó Teatros. Antes de cada representación se efectuaban ofrendas de agradecimiento a los Dioses por semejante Regalo.

Cuando el Imperio Romano cayó, el Teatro volvió al Templo, ahora denominado Eclesia (Asamblea), donde la Música, la Danza y el Drama se unían en las ceremonias litúrgicas de los primeros (y quizás más verdaderos) cristianos.

Un día, la Eclesia también quedó pequeña, y el Teatro (entonces se empezó a llamar así a la Musica, Danza y Dramaturgia) salió al exterior, al Atrio (Patio) para que pudieran presenciar la ceremonia sagrada todos los que quisieran.

Naturalmente, en los palacios se imitó estas formas de manera más sofisticada y elitista. Siglos más tarde algunos de ellos construyeron recintos ex-profeso para las representaciones, que sin embargo no perdieron un cierto matiz sagrado: era un recinto especial, lugar en el que se mostraban a los hombres lo más mísero y lo más sublime de su esencia.

Cuando llegó la burguesía, la cuestión se volvió a "democratizar" y se construyeron recintos en los que, previo pago, los espectadores podían presenciar una representación. Hubo quien se quedaba sin comer para poder asistir. Los "representantes" o "cómicos", igualmente, siguieron considerando aquellos recintos Sagrados.

Y así sigue ocurriendo hoy día.

Entrar en un teatro significa para el espectador un estado especial de ánimo, de receptividad. No importa el tamaño, no importa la hora ni el día.

Cada Teatro es un Templo en la misma medida que así lo consideraban en Grecia.

Para el Cómico, para el Artista (no importa si baila, toca o representa) también lo es. La entrada al camerino es una ceremonia; la colocación de cada uno de los elementos, un ritual.

Es difícil de explicar de otro modo. Porque no tiene otra explicación el silencio y recogimiento que se puede observar antes de la salida a escena, entre cajas.

Y de igual modo que nadie se plantea hoy día la demolición del Templo del Sol, del Teatro Romano de Mérida, de la Catedral de Nôtre Dame, o de la Iglesia del Barrio, para nosotros es inconcebible la demolición de un Teatro, por la misma y ancestral razón.

Y Aquellos que en su día se escandalizaron (y se escandalizan) por la quema de Iglesias, hace muchos años, en los prolegómenos de una sangrienta y cruel guerra, quizás puedan entender la desesperada defensa de un Teatro por los Cómicos.

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