18.6.06

DE ÁRBOLES Y TEATROS



Recogido del Cuaderno de bitácora de Pablo Herrero: EL JARDÍN CERRADO

http://eldoctorhache.wordpress.com/


DE ÁRBOLES Y TEATROS


En los últimos tiempos, hemos tenido que reafirmar nuestra voluntad de hacer de este rincón un lugar de sosiego y belleza.

Pero la realidad municipal y espesa se empecina en aguar nuestro propósito. Es de estos días la noticia del próximo derribo del Teatro Albéniz, el más céntrico de los teatros madrileños, en manos (al igual que los cines Palacio de la Música y Avenida) de aviesos especuladores. Lo más preocupante es que, al igual que estos dos últimos edificios, fue declarado hace tan sólo unos años como "intocable". Valga, pues, lo dicho en nuestro reciente apunte sobre las recordadas salas.


No será el Albéniz una maravilla de edificio (siempre lo hemos encontrado demasiado años 40, época que, al igual que en casi todo el resto, fue aciaga en España para la arquitectura, tras los esplendores racionalistas de la época de la República).


Pero, por encima de ello, cabe preguntarse si Madrid se puede permitir el lujo de prescindir de un espacio teatral de esas características a un tiro de piedra de la Puerta del Sol.



Fotografía: Tom Mad


Y la Administración regional, que es la que gestiona el Albéniz en régimen de alquiler, recae en el mismo argumento que utiliza su homóloga municipal a propósito de las salvajes talas de árboles que se llevan a cabo de manera masiva en las calles de la Villa y Corte.

Dice que como ya están a punto de inaugurarse los Teatros del Canal, de titularidad autonómica, que incluso salimos ganando con el trueque. Parece un eco, en efecto, del "razonamiento" de nuestros inefables munícipes: sí señores, por cada acacia de 50 años de edad que daba sombra y frescor a sus casas, plantaremos 50 arbolitos de un año… en Pernambuco.


Y así nos luce el pelo.


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Pablo Herrero además nos dice respecto al Palacio de la Música:


Voy a enlazar yo también vuestra bitácora desde la mía, en justa correspondencia. Y si puedo expresar un ruego, os pediría que, al reivindicar la supervivencia del Albéniz, no os olvidéis del Palacio de la Música, obra considerable de Zuazo y gran sala de conciertos durante medio siglo . En un anterior artículo de esta misma bitácora, titulado “Adíós al Palacio de la Música”, he recopilado un poco de la larga historia de ese fantástico espacio, que si los manes municipales y autonómicos no lo remedian se convertirá pronto en un Zara o similar, y en el que tocaron y estrenaron obras músicos insignes. Gracias por todo y seguimos en contacto y en lucha, por supuesto.

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ADIOS AL PALACIO DE LA MÚSICA




Fotografía: DENIS HOLZBACHER

Cuando iniciamos esta bitácora, hace ahora tres meses, nos propusimos que ésta fuera un lugar de sosiego, haciendo con ello honor a su nombre. Hay asuntos, sin embargo —y los sufridos madrileños amantes de la cultura y de su ciudad no nos desmentirán—, en que resulta prácticamente imposible mantener la calma y la compostura. Se trata de atropellos al sentido común, a la vida diaria, a la cultura entendida en su más amplio y noble sentido. Atropellos a los que el Ayuntamiento de la Villa y Corte tiene archiacostumbrados a sus administrados desde tiempo inmemorial.

Es noticia de estas últimas semanas que el Palacio de la Música, obra del gran arquitecto Secundino Zuazo, va a cerrar sus puertas, junto con el cercano y contemporáneo Cine Avenida, para transformarse en centro comercial.



Fotográfía: DENIS HOLZBACHER

Las pocas noticias que sobre tan triste perspectiva (esperamos que propietarios, especuladores y directivos de grandes cadenas comerciales nos perdonen el adjetivo) hemos encontrado en la Prensa hacen hincapié, casi exclusivamente, en el retroceso que supone, en un Madrid y en plena Gran Vía, transformar lo que es, evidentemente, un equipamiento cultural, en una de esas horribles e inhumanas colmenas del consumo que se extienden como mancha de aceite por los cascos históricos de las ciudades.



Amantes del buen cine, no dejamos nosotros, desde luego, de verter lágrimas por la pérdida de una magnífica sala, de las más grandes de España, en la que era un auténtico placer asistir a una proyección. Pero a esa razón de peso (la pérdida de un cine) queremos añadir otras dos, en la medrosa pero siempre confiada espera (somos quijotes y piocides, irremediablemente) de que alguna autoridad con competencias en la materia pueda y quiera tomar cartas en el asunto y frenar lo que se antoja, a todas luces, irreparable barbarie.

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